La gran deuda de la economía moderna
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Pablo Correa
Una de las mayores contribuciones de la crítica postmoderna fue plantear que la aproximación filosófica prevaleciente es incompleta, ya que al centrarse en grandes estructuralismos auto contenidos, ha sido incapaz de interpretar al hombre en forma comprehensiva. Así, todas las aproximaciones estructuralistas modernas, -la fenomenología, el marxismo, el existencialismo, el psicoanálisis- muestran a un ser humano que por distintas razones está alienado de su ser e incompleto.
Es el mismo pecado que muestra el pensamiento económico moderno, que reduce al hombre a un enfoque puramente materialista, desde el marxismo a las corrientes más liberales. Por lo mismo, el rechazo postmoderno a esa visión centrada en la construcción histórica del hombre, podría perfectamente aplicarse al materialismo, elemento común en todo el desarrollo del pensamiento económico.
Por ejemplo, la escuela económica clásica se introduce en el orden social, al postular que los individuos se rigen exclusivamente por sus intereses personales, lo que genera sin que socialmente se busque o que el Estado intervenga, una maximización del beneficio agregado. La idea básica es que somos egoístas y que eso es socialmente bueno, ya que la búsqueda del interés personal aumenta la prosperidad general. Por su parte, la escuela socialista marxista caracteriza al hombre únicamente por conceptos materiales, que además entrarán inequívocamente en un proceso dialéctico. Así, toda la evolución de la historia se puede explicar en base a los mecanismos económicos o las formas de producción, que a su vez determinarán al Estado, la religión, las costumbres, el arte, etc. Es por ello que todo el pensamiento socialista se centra en cómo modificar los medios de producción. Es la ideología materialista por excelencia.
Si bien es reduccionista, podemos ver cómo la teoría económica ha “explicado” a través de la historia al hombre únicamente a través de conceptos materiales, una concepción muy estructuralista y moderna, y tal vez por lo mismo, muy incompleta. A la historia, le podemos agregar un pequeño ejercicio empírico. Un estudio realizado en la Universidad de Pennsylvania hizo un seguimiento entre 1975 y 2010 a dos grupos demográficos -blancos y afroamericanos- preguntando únicamente por su percepción de felicidad. La población blanca no mostró cambios significativos en su nivel de bienestar pese a haber multiplicado cinco veces sus ingresos. En cambio, los afroamericanos, con un menor incremento en ingreso, declaraban ser mucho más felices que en el pasado. ¿La razón? Probablemente cambios culturales y sociales, no económicos.
Luego, si como toda ciencia, la misión de la economía es hacer más feliz al hombre, pareciere que no entiende bien los determinantes de ésta. Si Smith, Locke, Marx o Friedman hubiesen tenido razón, y sólo el bienestar económico fuera la clave, la evidencia mostraría relación positiva inequívoca entre felicidad e ingreso monetario, pero no es así.
La gran deuda de la economía moderna está acá. Es una filosofía, que como pocas tiene el potencial de poseer elementos prácticos. Con su trabajo, con sus interpretaciones del hombre, de la historia, de la verdad, puede contaminar al resto de las ciencias. Así, lo que los economistas del siglo XXI debemos hacer es abrir la ventana a otras posibles explicaciones de la verdad, más allá del materialismo.
No olvidemos que el fin último del diseño de políticas públicas micro y macroeconómicas es que tengan el mayor impacto sobre el nivel de bienestar y felicidad de la población. Para esto se estudia economía. Luego, si la crítica puede renovar los paradigmas que determinan el estudio y el desarrollo de la economía, tal podemos construir un nuevo correlato eficiencia-verdad, que puede ser una transformación de la modernidad, una convalecencia de una enfermedad que pronostique una era ni moderna ni postmoderna, sino una época simplemente más completa y verdadera.